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lunes, 24 de mayo de 2010

Noche oscura

“It was a dark and stormy night”.

Edward Bulwer-Lytton


Era una noche oscura y tormentosa. Tempestuosa, diría. Sola en mi cuarto escucho caer las gotas; cada gota hace un sonido único, y no sé por qué siento agudizado mi oído. Cada ruido se vuelve perceptible; todo cobra mayor dimensión. Hace rato que estoy aquí. La soledad es muy necesaria. Tengo la portátil frente a mí parpadeando como un animal hipnótico. Pero no la veo. Solo percibo, cada vez más claramente, los rumores de la noche y no encuentro sosiego.

De pronto, advierto que entre todos los sonidos uno cobra mayor relevancia. Me levanto con mucho cuidado; pero si estoy sola, ¿para qué tanto sigilo? De todos modos, avanzo a tientas en la penumbra. Ahora estoy segura de que hay alguien detrás de la puerta. Siento claramente la respiración, ¿será un animal? Quizá la gata del vecino haya entrado asustada por la tormenta. Abro la puerta, escucho el viento que golpea contra las ventanas. Noto que entra una brisa. Seguramente venga de la cocina. ¿Habré dejado abierta alguna ventana? Piso algo blanduzco, como una serpiente perdida en la niebla, y enseguida escucho un alarido que me descoloca. En efecto, era la gata que había entrado, supongo que por la ventana que olvidé cerrar por un descuido, en la tarde. Pobre animal. Me mira atemorizada, posa sus grandes ojos en mí.

-No te preocupes. Está todo bien- le digo, mientras la tomo en brazos y la acurruco contra mi pecho.

Voy a la cocina, y finalmente cierro la ventana. Necesito un té o algo tibio para tomar. Pongo agua a hervir y espero. La gata se ve que también tenía sed, porque estaba buscando un tarrito del que beber. Le doy un platito con agua mientras la caldera empieza a silbar. Me hago una infusión de manzanilla, a ver si logro dormirme antes de las tres de la mañana.

De regreso a mi cuarto, camino con cuidado de no tropezarme; no encendí las luces, y una vez dentro compruebo que la gata ya no está. La había olvidado por completo. ¿Se habrá quedado en la cocina? Quizá esté asustada, debajo de un sillón.

Dejo la puerta entornada, por si vuelve.

De nuevo frente a la portátil, ahora con la pantalla inmóvil y quieta, me pregunto si podré hacer algo para dormirme. Lo encuentro muy difícil últimamente, toda una faena. En cuanto apoyo la cabeza sobre la almohada, en vez de sentir que me aquieto y que todo se serena, por el contrario, me viene una avalancha de imágenes y pensamientos que es imposible dominar. En pocos minutos me siento saturada de visiones inquietantes, y decido que prefiero estar sentada frente a la computadora, antes que dejarme invadir por tantas imágenes en donde se supone que debo reposar.

Y así paso noches enteras, yendo de la cama a la pantalla, y de la pantalla a la cama. Pero hoy algo ha cambiado. Lo siento en el aire, lo percibo, pero no lo puedo definir, por ahora, con claridad. Es una noche oscura realmente, alguien dijo alguna vez, la noche oscura del alma, pero no recuerdo quién; olvidé decir que sufro de baches amnésicos que me invaden como alienígenas, y que también es parte de mi sufrimiento actual.

Cuando hace un rato sentí la presencia, diría quizá sin exagerar, ominosa de la gata, mis oídos percibían los sonidos con mayor agudeza de la habitual. Y ahora, me daba cuenta, que mis ojos también captaban los colores, a pesar de la penumbra, y formas con mayor intensidad. Sentía el mundo de un modo mucho más intenso, definido, como si las cosas hubiesen adquirido su verdadera dimensión, como si fueran realmente por primera vez. El mundo había nacido ante mis ojos, y sin embargo, las sombras se alargaban, el viento soplaba con furia, la noche era oscura como el temor, y yo no lograba quitarme este estado de vigilia que parecía perpetuo y sin remisión, como una enfermedad incurable. Todos dirán que es el precio que debo pagar por ser escritora, pasarme las noches en vela, esperando pescar la inspiración con mis redes. Ahora, ello no explica mi estado alterado de la conciencia, ¿o sí? Tanta duda, tanta incertidumbre, me está realmente haciendo mella.

Toco una tecla y la portátil vuelve a la vida. No me puedo sacar de encima, nuevamente, el extraño sentimiento de no estar sola en la habitación, de que alguien o algo me observa cuidadosamente, sin perder el más mínimo detalle. Me viene un temblor. No puedo dejar de temblar. Maldición, ¿será la gata de nuevo?

Me levanto con cautela. Maldita paranoia. Maldita noche oscura. Me dirijo hacia la puerta, siento que el piso es blando, que se hunden mis pies. ¿Qué estará sucediéndome? ¿Dónde estará la gata? Abro la puerta de par en par. Ojalá tuviera una linterna. Pero veo que no la necesito; de hecho, mis ojos se ajustan perfectamente a la oscuridad. Siento que mis músculos se alargan, que puedo dar mis pasos con gran exactitud. El piso, curiosamente, se siente de maravilla, como hule. En cualquier momento me parece que podré saltar, despegarme del suelo como un ave en trance. Avanzo por la oscuridad, me agacho y empiezo a buscar a la gata. Me encuentro mucho más cómoda así, gateando por la habitación, y voy en cuatro patas, husmeando. Porque no lo dije, pero hasta mi olfato se había desarrollado de un modo magnífico, tanto como mi vista y oídos. Era una sensación estupenda, superaba cualquiera de mis borracheras, se los puedo asegurar. Y seguí así por unos minutos más, ensimismada, hundiéndome en el piso que al mismo tiempo me sostenía como nunca. ¡Nada, ni rastro de la gata, demonios, y yo aquí, haciendo el ridículo, claro, en mitad de la noche, gateando por la sala! Me apeo y decido que no puedo seguir así, que es el colmo de la locura, de la desfachatez, que qué dirán mis vecinos si me ven a oscuras y a gatas por la casa.

En ese instante es cuando escucho un maullido, alto, estridente, que parece que sale de mi propia garganta y me hace saltar sobre el sofá. Ahora sí, que se me puso la piel de gallina, que me siento hecha un demonio, y quiero gritar toda la noche como los lobos. Esto se está pasando de verde oscuro. Tengo que ir al médico mañana mismo, y pedirle esos somníferos que un tiempo atrás me recetara. Ya sé que no conviene tomar narcóticos porque crean adicción, pero esto es intolerable. La situación se ha ido de control.

Me levanto con cuidado, y veo una sombra enorme, curva, que me atemoriza. Necesito un bate de baseball, nunca se sabe quién anda suelto en la noche estos días, sobre todo, en noches de tormenta.

Pero ¿qué es lo que estoy viendo? ¿Qué le ha pasado a la gata? Tengo mucho miedo, me siento erizada de la cabeza a los pies. Mis ojos no me engañan. La gata ha sufrido una transformación, claro, es noche de luna llena, pero no sabía que la luna ejerciera su poder sobre los felinos, terrestres y mundanos. Pobre gata. Realmente, parece otro animal. Y con tanto trueno, quizá sea la tortuosa combinación de una noche oscura y tormentosa con la luna llena, debo buscarlo en Internet cuando vuelva a mi cuarto. De todos modos, no puedo dejar a la gata sola, aunque se haya transformado en un animal extraño, un bicho lunar y tempestuoso, tan oscuro como la noche.

Quizá esté asustada la pobre. Pero cuando avanzo hacia al ventanal noto algo extraño. Sobre todo la sensación en mis manos ha cambiado. Siento un tirón en la espalda y de nuevo, me sale un grito espeluznante de la garganta, y pego un salto, y esta vez caigo contra el ventanal que se parte en pedazos, y sin embargo, no siento ninguna clase de dolor, todo lo contrario, me siento eufórica, invencible, poderosa. Veo que no estoy lastimada, que no sangro como hubiera esperado. Pero ya estoy afuera y me siento, extrañamente liberada, con la mente serena, sin más oprobios. Puedo respirar. Por fin. Camino con lentitud. Lo que sí siento es una terrible sequedad de garganta. Pero puedo ver muy bien en la oscuridad, claro, la luna llena me hace todo más sencillo, y sé que en cualquier instante veré a la dulce gatita.

29-30 de abril, 2010, Munich.

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